Es fácil señalar con el dedo desde la comodidad de quien lo ha tenido todo. Lo difícil parece ser comprender la pasión de un corazón que late por una causa justa.
Para los "desclasados", para quienes no han nacido en una cuna de oro y yugan cada día frente a las inclemencias de la desigualdad, quien viene a poner un manto de humanidad se convierte en Dios.
¿Podemos juzgar a quien pondera con el fervor del agradecimiento a quienes le tendieron la mano para subir a la lona?
En el día de ayer, asistimos a un truculento espectáculo, donde los medios hegemónicos hicieron escarnio público de una docente apasionada por sus ideales, quien defendió de forma vehemente la lucha por quienes intentan llevar un poco de igualdad a todo el pueblo argentino.
Podemos discutir la forma, pero ¿podemos juzgar su fervor?
Con qué vara vamos a medir la desolación que se siente al ver que quieren arrebatar de un plumazo los derechos que son inherentes a todos, cuestiones básicas: educación, vivienda, salud, empleo, DIGNIDAD.
Mientras, vemos con estupor el modo en que los candidatos se presentan en público, rascándose sin miramientos por debajo del pantalón, con el dedo en la nariz o acomodándose el cabello, demostrando con dichos gestos la importancia que tiene para ellos la campaña, la gente.
Al señor de la reposera queremos decirle que nosotros nos sentamos en el pasto de la plaza del barrio, esa plaza que arreglamos con nuestras propias manos para que nuestros chicos tengan un lugar; que compartimos en comunidad para que a ningún argentino le falte el pan.
Nosotros somos fervorosos, sí, porque nos mueve la pasión, nos alimenta la injusticia y nos mantiene en pie la lucha.