Fernando Iglesias representa con eficacia los (dis)valores del electorado de la oposición: el desprecio por lo popular, la misoginia y la soberbia. Pero cuenta con un lugar de poder que lo dota de total impunidad.
Con una manifestación persistente de asco hacia las movilizaciones sociales, hacia el mate, hacia todos los símbolos populares, Fernando Iglesias no se molesta por exponer "las formas" tan vanagloriadas históricamente por el radicalismo del que surgió.
Iglesias se pone en pose de falso intelectual y se encarga de desparramar agravios para cualquiera que se le interponga, sin reparar en nada. Bien podría ser un representante del bolsonarismo.
Como a la oposición no le alcanza con tener la concentración de los medios de comunicación de masas, puso a un bufón, vocero del macrismo más rancio, como precandidato a diputado nacional por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), en el intento de perpetuarse de manera maliciosa en su banca.
Fernando Iglesias fue blanco fácil de organizaciones feministas y de la política en general por sus recientes dichos misóginos, por enésima vez. Pero, el sábado pasado, mostró de nuevo la hilacha que lo posiciona en la cima del desprecio por lo popular.
Iglesias citó un tuit del politólogo kirchnerista Juan Abal Medina sobre la marcha por San Cayetano. Al respecto de esto, el diputado macrista sin mordaza banalizó el lenguaje no binario y señaló que el domingo 8 de agosto hubieran sido las elecciones legislativas, postergadas por la emergencia sanitaria.
Después de un año de pandemia, suena hasta redundante señalar los riesgos epidemiológicos de la concurrencia masiva a un espacio cerrado (y del transporte que eso implica para quienes no actualizan su domicilio) frente a la movilización protocolar para luchar por el trabajo, una emergencia en esta crisis mundial.
También resulta curioso lo que señala Iglesias, viniendo de parte del mismo bloque que integraba la exvicepresidenta Gabriela Michetti cuando, en 2017, llamó a suspender las elecciones de medio término por considerar "destructiva" a la competencia electoral democrática.