Durante siglos, el romero fue protagonista en rituales, creencias místicas y recetas tradicionales. Pero hoy, esta planta aromática y leñosa ha dejado de ser solo un condimento para convertirse en objeto de estudio científico por sus múltiples beneficios para la salud humana. Su nombre científico, actualizado en 2017 a Salvia rosmarinus, marca el inicio de una nueva etapa: la del reconocimiento médico y terapéutico.
Aunque su cultivo es sencillo —crece en suelos secos y soleados sin requerir cuidados sofisticados—, el romero ha demostrado tener un perfil químico complejo y potente. Su aceite esencial y extractos concentran metabolitos secundarios con propiedades biológicas que impactan directamente en el sistema cardiovascular: mejora la circulación sanguínea, ayuda a reducir la presión arterial y ofrece protección frente a ciertas afecciones crónicas.
Uno de los estudios más reveladores se centró en sus efectos sobre el rendimiento cognitivo. A un grupo de estudiantes se le administraron 500 miligramos de romero dos veces al día durante un mes. ¿El resultado? Mejoras significativas en la memoria prospectiva y retrospectiva, en comparación con quienes recibieron placebo. Pero eso no fue todo: también se observaron beneficios en variables como la ansiedad, la depresión y la calidad del sueño, tres factores clave en contextos de alta presión académica.
La ciencia empieza a confirmar lo que la tradición intuía: el romero no solo embellece platos, también puede contribuir al bienestar físico y mental. Su versatilidad, accesibilidad y riqueza química lo convierten en un aliado natural que merece un lugar destacado en la conversación sobre salud preventiva y terapias complementarias.