Desde hace más de un siglo, los científicos vienen estudiando la capa de ozono que recubre parte de la Antártida, protegiendo a nuestro planeta de las peligrosas radiaciones provocadas por los rayos ultravioleta.
Recordemos que en el año 1970, científicos revelaron que la capa de ozono se encontraba algo deteriorada debido a productos químicos llamados clorofluorocarbonos (CFC), los cuales se utilizaban para la creación de aerosoles y refrigeradores.
Tras años de análisis, en 1987 entró en vigencia el Protocolo de Montreal, el cual prohibió los productos con CFC en un intento por cuidar y disminuir los agujeros encontrados en la capa de ozono.
Esta medida, tenía como objetivo principal la auto restauración de la capa de ozono, la cual se preveía por ese entonces que llegaría a su totalidad para el 2066.
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Sin embargo, estudios recientes llevados a cabo por investigadores de la Universidad de Otago en Nueva Zelanda y publicados en la revista Nature Communications, dan cuenta de que dicha restauración no estaría ocurriendo según lo previsto.
En base a los cambios mensuales y diarios en el ozono, detectaron que existe mucho menos ozono en el centro en comparación a lo que había hace 19 años a atrás, revelando que “no sólo es más grande en área, sino también más profundo. A día de hoy el agujero de ozono de 2023 ya ha superado el tamaño de los tres años anteriores: a finales del mes pasado era de más de 26 millones de km2, casi el doble del área de la Antártida”.
La mano del hombre
En base a las causas que llevaron a este deterioro en la capa de ozono, los expertos hicieron hincapié en la influencia de los grandes incendios y las erupciones volcánicas que han contribuido a expandir aún más el agujero.
Si bien parece ser que la emisión de CFC se encuentra controlada, lo cierto es que la comunidad científica pone los ojos en el crecimiento del agujero de la capa de ozono, buscando llegar a una conclusión que permita su recuperación para continuar garantizando la vida en el planeta.