Es inadmisible que, para embarrar la cancha en la campaña electoral, Florencia Peña tenga que padecer semejante estrategia misógina de difamación, de agravios y de violencia machista.
La actriz y conductora, desbordada ante la argucia de los odiadores seriales y maquiavélicos, dijo ayer en su programa de televisión: "No soy el gato del presidente". Como figura pública, Florencia sufre la revictimización de tener que defenderse ante las cámaras de los ataques desleales de cobardes opositores.
Como los feminismos se construyen de manera colectiva, a los disparos maliciosos de la oposición les retrucaron diferentes mujeres con gran alcance público; lo lamentable es que ninguna figura pública de la oposición defendiera a la actriz, ni si quiera las femeninas, que con esos "compañeros" también deben sufrir violencias machistas. Lo partidario, una vez más, fue más fuerte que la ética.
Algunos comentarios de apoyo para Flor
Suponer que una visita femenina al presidente de la Nación implica un vínculo sexual es machista, patriarcal, misógino, heteronormativo, denigrante, cosificador; supone que la mujer no puede tener más motivación en un vínculo que lo sexual y, encima, en servicio del hombre, según apuntan los dedos acusadores.
Pero también es una banalización de la pandemia, donde se corre de eje la situación de quienes trabajan en la cultura y su vulnerabilidad; banalización y subestimación que estos mismos dedos acusadores se encargaron de proliferar durante toda la pandemia.