La información disponible indica que el origen de la violencia se dio en el sector de los hinchas de la Universidad de Chile, quienes iniciaron el lanzamiento de objetos. Las autoridades chilenas, incluyendo el presidente Gabriel Boric, han denunciado una "evidente irresponsabilidad en la organización" del evento y han criticado la violencia, aunque señalaron que la responsabilidad recae en ambos lados.
El presidente de Independiente, Néstor Grindetti, por su parte, culpó directamente a la hinchada visitante. La Conmebol ha abierto un expediente disciplinario para investigar los hechos y decidirá las sanciones correspondientes.
Lo que debía ser una fiesta de Copa se convirtió en un campo de batalla. En una jornada que avergüenza al fútbol continental, el partido de vuelta de los octavos de final de la Copa Sudamericana entre Independiente y Universidad de Chile fue suspendido por una violenta batalla campal entre las hinchadas. Los incidentes, que dejaron varios heridos y un sabor amargo en la boca de todos, se produjeron en el estadio Libertadores de América y obligaron a detener el encuentro en el segundo tiempo.
La escalada de violencia se originó en la bandeja superior, donde se ubicaban los hinchas del equipo chileno, que empezaron a arrojar proyectiles y butacas encendidas hacia la tribuna de abajo. La respuesta del público local no se hizo esperar, y en cuestión de minutos, el estadio se sumió en un caos de corridas, golpes y agresiones que nada tenían que ver con el deporte. La policía debió intervenir con fuerza para dispersar a los revoltosos, logrando más de 90 detenciones en un operativo que expuso las fallas de seguridad del evento.
La imagen de un clásico del fútbol sudamericano manchado por la violencia recorrió el mundo. Las autoridades chilenas han criticado la organización del partido y la directiva de Independiente ha responsabilizado a la hinchada de Universidad de Chile, pidiendo sanciones ejemplares. Ahora, la Conmebol tiene la última palabra y un dilema entre manos: decidir el futuro del torneo y, más importante aún, enviar un mensaje claro de que este tipo de actos no pueden seguir opacando al deporte más popular del continente. Una vez más, la pasión descontrolada le ha ganado al juego.