El césped de Wimbledon volvió a demostrar que no perdona, y esta vez el golpe fue más profundo que cualquier revés o saque perdido. Alexander Zverev, actual número tres del mundo, quedó eliminado en la primera ronda del legendario torneo londinense, pero su impacto fue mucho más allá del marcador: en una desgarradora conferencia de prensa, reveló que atraviesa un duro momento emocional.
“Me siento muy solo en la cancha. No es una cuestión de tenis, sino de vida”, confesó el tenista alemán, visiblemente afectado. Su eliminación frente al francés Arthur Rinderknech fue solo el principio de un testimonio que conmovió al mundo del deporte. Tras años de estar en la élite —llegó a ser número dos del ranking— Zverev aún no logra conquistar un Grand Slam, y esta derrota pareció detonar una catarsis largamente postergada.
Aseguró que desde el Abierto de Australia arrastra una sensación persistente de vacío. “Me cuesta encontrar alegría fuera de la pista... jamás me había pasado algo así”, explicó con una honestidad inusual en el circuito. La falta de motivación, según relató, lo afecta al punto de dificultarle levantarse por las mañanas. Su valentía al exponerlo dejó al descubierto una vulnerabilidad que suele silenciarse tras los flashes del éxito.
Pero no fue el único que exteriorizó emociones en la Catedral del tenis. El argentino Camilo Ugo Carabelli, también debutante en esta edición, no pudo contener su frustración tras perder dos ajustados sets ante el estadounidense Marcos Giron. Desde el banco, protagonizó un monólogo al estilo Gastón Gaudio: “Se te rompe la cabeza”, repitió una y otra vez, y hasta se quejó del tradicional atuendo blanco: “¡Estoy disfrazado! ¡Parezco un heladero!”.
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Ambos episodios dejaron una misma lección: detrás de cada punto, hay una batalla silenciosa. Wimbledon, con su pompa y tradición, volvió a ser escenario no solo de talento y estrategia, sino de emociones que merecen ser escuchadas tanto como los aplausos.