Aunque la salud mental está en el centro del debate público, el ámbito laboral sigue siendo terreno fértil para el destrato psicológico. Bajo el disfraz de "exigencia" o "cultura empresarial", se esconden prácticas abusivas que muchos padecen en su trabajo y pocos se animan a denunciar.
La trampa del empleo soñado
En una realidad económica frágil, conservar un trabajo es sinónimo de seguridad. Por eso, muchas personas toleran situaciones dañinas para no arriesgar su sustento. El miedo al desempleo actúa como una cárcel invisible, que encierra con barrotes tan reales como invisibles.
Esta trampa emocional está presente incluso en empleos estables. Jefes que manipulan, presionan o humillan, amparados en objetivos laborales o estilos de liderazgo, ejercen una forma de violencia silenciosa que deja huellas profundas.
Marcas que no se ven, pero duelen
Las consecuencias del maltrato psicológico en el trabajo no siempre se manifiestan a simple vista. Pero existen, y afectan la salud emocional y física de quienes lo padecen. Ansiedad, insomnio, ataques de pánico, depresión, sensación de inutilidad, desgano y bajo rendimiento son solo algunas de las secuelas.
Y todo esto ocurre mientras se cumplen horarios, se completan tareas y se sonríe por compromiso.
¿Qué se puede hacer?
Ponerle nombre a estas prácticas es el primer paso para transformarlas. Algunas acciones posibles:
- Visibilizar el tema en redes, medios, sitios oficiales del Ministerio de Trabajo y conversaciones cotidianas.
- Buscar ayuda profesional: hablarlo, compartirlo, no guardarlo.
- Trazar límites, aunque cueste.
- Conectarse con redes de apoyo: compañeros, sindicatos, asesoría legal o psicológica.
No todo el mundo puede renunciar, pero eso no significa aceptar el destrato como parte del contrato.
Un cambio necesario
Vivimos en una era que exige respeto, empatía y bienestar. Sin embargo, el lugar donde pasamos la mayor parte de nuestras vidas - el trabajo - sigue siendo un foco de angustia para muchos.
La violencia emocional en el ámbito laboral no siempre grita, pero deja marcas. Hablar del problema es, sin duda, parte de la solución. La vida profesional no debería vivirse como una condena silenciosa. Y mucho menos, naturalizarse.